Cai Guo-Qiang, Fuego en el arte


Cai Guo-Qiang: quiero creer, Guggenheim Bilbao. Hasta el 6 de septiembre 2009
Comisarios: Thomas Krens y Alexandra Munroe
Publicado en rev. Cultura/s, supl. Cultural de LA VANGUARDIA, 27 de mayo de 2009, p. 20.
 

Es el artista chino más conocido. Su espectáculo de fuegos artificiales para la inauguración de la Olimpiada en Beijing, incluidas las famosas pisadas en el cielo, fue seguido por dos tercios del planeta. Entonces, todo el mundo recordó que China descubrió la pólvora pero ¿cuántos pensaron que Cai Guo-Qiang era algo más que un maestro pirotécnico? El ensayo general de esta ópera fue el encargo del espectáculo para la celebración en Shangai de la nueva cooperación económica Asia-Pacífico en 2001, poco después del 11-S, que marcó el auge de China como potencia mundial. Al igual que otros artistas orientales (recordemos al coreano Nam June Paik y sus proféticas emisiones televisivas y la industria de objetos de consumo del japonés Murakami –simultáneamente en el Guggenheim-), Cai Guo-Quiang posee un concepto de la individualidad más difuso que el occidental a cambio de una sensibilidad peculiar para lo masivo, al tiempo que un planteamiento sobre el arte que, por conceptual, tiende a borrar sus límites. Cai, como Murakami y antes Paik, son  artistas de la globalización. Y en esta lógica, no resulta sorprendente sino muy adecuado, el desenlace espectacular de una trayectoria artística sostenida por las variaciones de la explosión.


Los primeros trabajos de Cai (Quanzhou, 1957), que había estudiado escenografía a principios de los años ochenta en Shangai ante la carencia de planteamientos conceptuales en las escuelas de arte, son cuadros realizados por las marcas de explosiones de pólvora. Cuando se traslada a Japón, a mediados de década,  comienza a ser conocido por sus explosiones cortas pero de honda connotación cosmológica, basada en el principio de destrucción/creación que, además de la obvia referencia budista ying/yang, era un lema utilizado de Mao Zedong en la revolución cultural vivida durante su adolescencia. Entonces, Cai Guo-Quiang vuelve a China como artista de la diáspora afín al nuevo régimen y produce ya algunas de sus explosiones más impresionantes, como el “proyecto para alargar la gran muralla china 10.000 metros”. Después de trasladarse en 1995 a Nueva York, como artista emigrante, los primeros trabajos se reducen a explosiones con pequeños cartuchos de mano en lugares significativos: hay una foto de Cai con la pequeña nube de la explosión ante Manhatan, entre la estatua de la Libertad y las Torres Gemelas. Los dramáticos acontecimientos le conducen a dar a su trabajo un sentido más social y, en su opinión, catártico: como ya pudo apreciarse en nuestro país en 2004, en el Arco iris negro realizado en Valencia con tantas explosiones como caídos en el 11-M. Toda esta producción de Cai puede verse en la proyección completa de vídeos tan breves como las explosiones y bastante austeros, a modo de registros del land art, lo que se ha subrayado por la luz entreverada en el montaje. Pero que contrasta con las cifras millonarias de estas producciones, aspecto que el artista chino identifica con la economía del despilfarro propia del sistema del arte actual.
Pero hay más Cai, todo muy ying-yang. Para la institución Guggenheim es siempre la realización de un objetivo ocupar espectacularmente el atrio central de sus edificios, marca de la casa. La impactante instalación de coches suspendidos irradiando haces luminosos y simulando una explosión, viene acompañada de otras tres enormes e impactantes, aludiendo a la historia e iconografía chinas. E incluyendo la que catapultó a Cai al estrellato occidental, al ser galardonada en la Bienal de Venecia de Harald Szeeman en 1999: una “apropiación” de un relato sobre la opresión que recorrió media China durante la revolución cultural y compuesta por un montón de figuras de barro, cuya realización Cai comparte con los locales cada vez que se expone. Es esta actividad colaborativa la que el artista está desarrollando últimamente, creando pequeños museos y eventos en localidades perdidas del planeta. Que la multinacional Guggenheim incluya esta perspectiva “relacional”, sí es una novedad.